sábado, 12 de febrero de 2011

LA JERGA AFRICANA DE LAS ONG


Cualquiera que haya viajado por África sabe lo cotidiano que es encontrarse con estas escenas al caer la tarde: un grupito de mujeres sentadas bajo un árbol bordando telas, o una ruidosa chiquillería corriendo detrás de un balón en el recinto de una escuela, o un hombre que riega sus matas de tomate en su huerto familiar. Pero desde hace algunos años actividades como estas se mencionan con un lenguaje nuevo: las bordadoras dicen que están “trabajando en su proyecto de género”, los maestros dicen que los improvisados futbolistas están “recibiendo apoyo psico-social” y el hombre de la regadera en la mano asegura que está concentrado en sus “actividades generadoras de ingresos”. Y si estuviera regando cuatro arbolitos en un vivero, es probable que nos hablara de su “esquema integrado de desarrollo medioambiental”. Bienvenido al mundo de las ONG, que ha acuñado su propio lenguaje, usado hoy por propios y extraños en el rincón más apartado del continente.
Un artículo aparecido en el número de esta semana del prestigioso semanario internacional The Economist se fija en este fenómeno, no exento de su aspecto jocoso. Hablando del reciente referéndum por la independencia en el Sur de Sudán, cita el caso de una mujer dinka que, tras depositar su voto, dijo orgullosa sentirse “como una verdadera parte interesada”.
Lo mismo da que estemos en una oficina de una capital africana o en una aldea remota del interior. Recuerdo una ocasión en que me quedé sin poder subirme a un coche pick up cargado hasta arriba de sacos de maíz y pasajeros en una aldea de Uganda por donde sólo pasaba un vehículo cada pocos días. Ante mi frustración se me acercó un hombre que me aseguró que yo necesitaba “terapia psico-social”. Terminamos tomando unas cervezas calientes en un chiringuito donde dormí aquella noche consolado después de un tratamiento tan amable. Y es que hasta las personas con pocos estudios usan hoy términos aprendidos en “talleres”, como “empoderamiento”, “fortalecimiento institucional”, “construcción de capacidades”, “sociedad civil”, “facilitadores”, “inclusión”, “grupos focales” y “personas en situación vulnerable”. Se trata de palabras que, convenientemente hilvanadas, obran maravillas y se abren paso sin oposición. Como dice el autor del artículo citado: ¿quién se atrevería a rechazar la posibilidad de elevar las habilidades de facilitación de los practicantes de desarrollo con el objetivo de fortalecer las capacidades de las mujeres con desventaja de género?
Lo malo del asunto es que a menudo se acaba por crear una élite de especialistas en esta jerga que saben cómo formular proyectos en los que se espera que se use este lenguaje, que hace posible recibir la financiación deseada. Los que no lo manejan, como puede ser el caso de unas monjitas o de una modesta NGO local, se quedan fuera del círculo de ayudas al desarrollo aunque lleven años realizando un trabajo esencial para la población. El uso de la palabra adecuada puede terminar abriendo la puerta que se desea. Aunque quien la use no esté muy seguro de lo que significa.



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